Hecho por un padre que ama fuerte, falla mucho y no quiere olvidar nada.
(...y porque vi que no era el único que necesitaba
una excusa para conservar lo que vale.)
No tengo una bio épica.
No gané premios.
No me iluminé un día desayunando avena con chía.
Soy padre.
Y guardo cosas.
Dibujos, frases, garabatos, papelitos arrugados con forma de nada.
Lo hago porque no quiero olvidarme de lo que importa, aunque esté escrito con rotulador naranja y mala ortografía.
Durante un tiempo, mi casa parecía una galería de arte infantil curada por alguien borracho.
Había dibujos en la heladera, en el coche, en el cajón de los cables, en la mochila que no uso. Y todos tenían algo: una forma rara, un gesto torcido, una frase escrita al revés.
Los miraba con esa mezcla de ternura, agotamiento y duda:
«¿Esto lo guardo?»
«¿Lo tiro?»
«¿Lo escaneo?»
«¿Lo cuelgo?»
«¿Lo escondo?»
Un día tiré uno.
No sé qué era.
Un sol con gafas. O un león triste. O yo, un lunes.
Lo tiré igual.
Y después la vi mirarme.
Ella.
Mi hija, Olivia.
Sin dramas. Sin reclamos.
Pero con esa cara que te deja claro que tiraste algo que para ella era importante.
Ese fue el primer golpe.
El que me hizo pensar: “no quiero volver a sentir esto”.
Tiempo después, llegó el segundo.
Abrí un cajón y encontré un dibujo arrugado que ni recordaba.
Lo desplegué.
Y abajo, escrita al revés, estaba una palabra: “Papá”.
Ahí entendí algo: no era cuestión de ordenar papeles, era cuestión de rescatar historias.
Por eso decidí hacer algo.
No porque me diera por el diseño.
Ni porque necesitara un proyecto “con propósito”.
No para que mi casa quede más linda.
No para venderle a otros padres la idea de que ahora van a ser mejores.
Lo hice porque me rompe el alma tirar cosas que importan.
Porque quiero conservar lo que vale.
Y porque sé que hay otros padres que sienten lo mismo.
Hoy hago cuadros y libros con los dibujos de otros hijos.
Lo hago porque sé lo que se siente guardar cosas sin saber por qué.
Y también lo que se siente tirarlas… y entenderlo después.
No sé si esto es arte.
Pero sé que cuando lo ves colgado en la pared, te pasa algo.
Y si te pasa, entonces... vale la pena.
— Adrián.