Hace unos días vi a una mamá en el súper.
Carrito, mil cosas colgando, el nene atrás mostrando un dibujo que había hecho en una hoja arrugada de la escuela.
Ella, con la mirada en el celular, dijo: «Ah, qué lindo, mi amor».
Y siguió.
No la juzgo.
Capaz venía de un turno de mierda, con la cabeza hecha pelota y con ganas de que el mundo la deje en paz cinco minutos.
Pero ese nene…
...ese nene bajó el dibujo, lo arrugó más… y lo metió entre los fideos.
Me quedó la imagen clavada.
Porque no hace falta gritar para que algo duela.
A veces alcanza con no mirar.
No es falta de amor. Es falta de atención.
Y ahí está el problema.
Porque los chicos no tienen un Excel de cuánto los querés.
Tienen momentos.
Tienen gestos.
Tienen ese instante donde vos levantás la cabeza, lo mirás de verdad y decís:
«¿Esto lo hiciste vos?».
Cuando eso no está, se rompe algo.
¿Y sabés qué pasa después?.
Pasa que buscan.
Pasa que prueban.
Pasa que hacen quilombo porque es la única forma de que alguien los vea.
Pasa que vos te frustrás.
Ellos se frustran.
Y lo que antes era un dibujo para que lo cuelgues en la heladera, ahora es una pataleta con olor a «ya no me importa nada».
Lo emocional no se organiza en carpetitas.
La familia no se viene abajo porque falte plata o porque se olvidaron de comprar pan.
Se viene abajo cuando nadie mira.
Cuando nadie escucha.
Cuando los dibujos se tiran porque "ya no hay espacio".
Cuando vos sabés que los querés con locura… pero ellos no lo ven en nada concreto.
La infancia no te va a esperar.
No importa si sos el padre presente, la madre multitasking, el abuelo que hace malabares con la jubilación o la tía que guarda todo "por si acaso".
La infancia vuela.
Y cuando te das cuenta… ya no te muestran dibujos.
Te muestran el celular.
Todo esto no te lo escribo para que te sientas mal.
Te lo escribo porque sé que no querés arrepentirte.
Porque si estás leyendo esto es porque te importa.
Y porque también sé que tenés una montaña de dibujos en la casa, y cada vez que los ves sentís dos cosas: ternura y culpa.
La ternura porque sabés que son únicos.
La culpa porque sabés que no estás haciendo nada para conservarlos.
No vengo a venderte un portarretratos.
Vengo a decirte que esos dibujos pueden convertirse en un libro.
En un cuadro. En un recuerdo real, tangible, hermoso.
Uno que diga sin palabras: «Estuve. Te vi. Guardé esto porque vos me importás».
¿Querés saber cómo lo hago?. Te lo explico acá.
No prometo magia.
Pero sí te aseguro una cosa,... esto, dentro de 10 años, te va a doler si no lo hacés.
Y si lo hacés, te va a emocionar.