¿Por qué el mío no es tan bonito como ese?.


Comparar a tu hijo es como ponerlo a pelear con un ninja entrenado por años. 

Y encima, tú eres quien le da el palo al ninja.


Me cargué la autoestima de Olivia con un comentario desafortunado... va, de mierda.


Todo empezó cuando pegó un dibujo suyo en la nevera. 

A su lado, el dibujo de su primo, Agustín.

Yo, que venía embalado con no sé qué historia, solté...

—Joder, este parece más trabajado.


El "este" era el del primo.

Y Olivia me miró como si le hubiera dicho que sus manos no servían para nada.


Silencio. 

Ojitos vidriosos. 

Y una frase que me partió como si me hubieran clavado una cuchara en el pecho...

—¿Por qué el mío no es tan bonito?.


Mierda.

Todo por abrir la boca cuando debería haberme quedado mirando y diciendo "guau".

Pasaron días sin que volviera a dibujar. 

Los lápices, muertos. 

La nevera, triste. 

Y yo, con la culpa de haber comparado.

Todo por pensar que señalar lo “mejor” motivaba. 

Mentira.


Comparar no motiva. 

Comparar jode. 

Comparar le dice «No eres suficiente».

Y eso, con los hijos, es dinamita emocional envuelta en papel de colores.

Desde ese día aprendí una cosa,... cada dibujo que hace es un pedazo de ella. 

Y no compite con nadie.


Así que si quieres joderle la infancia a tu hijo, compáralo. 

Si no, aprende a ver su magia sin ponerla en una balanza.

Yo ya aprendí. 

A los golpes, como siempre.