Tus ojos están en otra parte, papá.


Durante un tiempo pensé que ser buen padre era estar presente. 

Estar. 

Estar físicamente.

Desayunar con ella. Llevarla al cole. Preguntarle qué tal en la escuela. 

Estar.

Y en teoría, estaba. Todos los días. A todas horas.

Pero no del todo.


Porque mientras Olivia me contaba que las hormigas habían invadido el tobogán, yo estaba pensando en el informe que no había mandado. 

En el mensaje que no respondí. 

En el cliente que me había dicho «Lo vemos la semana que viene». 

En mil mierdas que no importaban una mierda.

Hasta que un día, desayunando, me dijo...

—Papá... ¿por qué tus ojos siempre miran otra cosa cuando hablo contigo?.


Y ahí se jodió todo, el mundo se me vino abajo.

No porque me lo haya dicho,... sino porque tenía razón.

A partir de ahí empecé a justificarme... 

Que estaba estresado. 

Que tenía mucho trabajo. 

Que era normal. 

Que al menos no faltaba a casa como mi viejo.

Me mentí tan bien que por poco me lo creo.

Hasta que una tarde, volviendo del colegio, me pidió que le ayudara a construir una casa para hormigas.

Una casa. Para hor-mi-gas.

Le dije que no. Que tenía que terminar unos mails.

Y ella no se quejó. No se enojó. No hizo puchero.

Solo me dijo...

—Está bien, lo hago sola. Aunque vos no sepas cómo hacerlas felices.


Lo dijo tranquila. Como quien ya se acostumbró.

No sé si fue la frase o la forma en que la dijo, pero me sentí un auténtico hijo de puta.

Y ahí fue cuando entendí que,...”no basta con estar”.

Porque hay formas de no estar... incluso cuando estás.

Y eso, a la larga, te hace más daño que si no hubieras estado nunca.